Caer

¡Hola por ahí! Feliz Navidad, también, que ya toca, ¿no? La verdad es que hoy no tenía pensado subir nada porque no tenía nada preparado pero estaba ahí pensando y me ha entrado la vena depresiva y me he puesto a escribir. Y me he acordado de esta sección que tenía para subir mis relatos y que solo he usado dos veces, que lleva inactiva desde hace medio año. Me ha dado pena y he decidido retomarla. No es lo que estaba escribiendo, es algo que escribía hace ya un tiempo, para un concurso que hubo en el blog de María (ahora Lunnaris), Notas para un domingo aburrido. No gané nada y tampoco esperaba hacerlo, la verdad. No es un relato especialmente alegre, ni siquiera es un relato. Es algo que me dio por escribir y quedó como quedó. No creo que a nadie le gustara mucho, pero es lo que quería escribir. Lo subo porque me apetece hacerlo, no porque sea bonito ni alegre. Mis escritos no suelen serlo, pero bueno. Espero que lo, ¿disfrutéis? Mejor, que me deis vuestra opinión. Buen fin de semana.

Caer

Todos caen. Uno tras otro. Fichas de dominó en un juego tan grande que no somos capaces de verlo. Se acercan al borde, inspiran con fuerza y saltan, cayendo a una oscuridad tal que no deja ver el final. Tratamos de detenerlos pero no nos hacen caso, ese agujero les atrae con demasiada fuerza, los hipnotiza, los recluye en su interior, ajenos a nosotros y saltan. Y caen. Y caen. Y ninguno regresa.

A todos nos llega el momento, antes o después. El momento de liberarnos o de atarnos. El momento de vivir o morir. El momento de la verdad. El que lo cambiará todo, para bien o para mal. Ojalá supiéramos más.

¿Qué pasa cuando lo hacen? Ninguno lo sabemos. Nadie regresa nunca. Y, si alguna vez lo hacen, no saben explicarlo, las palabras no bastan, tú debes hacerlo, tú debes saltar o dejarte caer, poco importa. Y seguimos presionando, queriendo una respuesta directa pero no vemos que no han vuelto hasta que es demasiado tarde. La misma cara, el mismo cuerpo, la misma voz, distinta persona. Cambiar. Tal vez al caer, tal vez al subir. Sólo cambian y no sabemos cómo deshacerlo. Tal vez no debamos. Tal vez lo mejor sea dejarlo todo como están pero no queremos darnos cuenta, no nos importa lo suficiente. No vemos quiénes son, sino quiénes querríamos que fueran.

Te acercas al agujero, al vacío insondable que se lo lleva. Sólo un poco, lo suficiente para verlo un poco mejor, pero sin intención de acompañarlos, al menos no al principio. A veces, cuando salta uno, otro lo sigue de inmediato. Para hacerle compañía, por miedo a quedarse solo, no lo sabemos pero no importa, nunca lo ha hecho.

A veces sientes un tirón, algo en tu interior, que te insta a aproximarte. Unas veces te resistes, otras no lo consigues y les haces caso, das un par de pasos. Entonces te agarran con fuerzas, con dedos huesudos, con filamentos pegajosos, figuras sin rostro ni forma, te impiden continuar, te bloquean el camino y tú les haces caso, porque en realidad no quieres hacerlo, les dejas que te alejen de allí. Pero no consigues apartar la vista.

Un día lo haré. Un día llegaré al borde, abriré los brazos y caeré. Caeré sin miedo, para ver qué hay al fondo. Ver si caes en un agujero sin final, que te engulle y no te deja escapar. O si hay una red que te atrapa. Una red de oro y plata, que me recoja y me corte, que me haga sangrar y me fuerce a resistir. Una red que me recoja y me deje sin daño, entera pero distinta. O tal vez no haya nada y simplemente me estrelle contra el suelo, me rompa en mil trocitos y tenga que recomponerme. Y sobreviva, la misma pero cambiada.

Tal vez allí estén todos que saltaron antes que yo y me reencuentre con ellos. Tal vez lloremos de alegría y nos abracemos o nos preguntemos sobre el viaje. Tal vez eso ya no importe demasiado una vez estés abajo.

Sea como sea, yo quiero averiguarlo. Y lo haré, puede que ahora. Un paso, dos, ya estoy al final. Cierra los ojos, abre los brazos. Inclínate hacia delante. Y ahora, simplemente, cae.

Nos vemos abajo.